12:14 am

Y de pronto me acordé como se siente estar solo, que una sonrisa amada no esté aquí para tocarla, para socorrerla o pedirle ayuda, para besarla y dormir con ella. Una sonrisa apacible y quieta capaz de decirlo todo en el silencio de la felicidad nocturna. Escapar por la ventana y hablarlo todo con el mismo silencio con el que te acostaste. Nada de eso está y eso es estar solo, abrazado por la inercia fría y gris de una luna que se mengua de nostalgia, a veces de nostalgia de lo que nunca se vivió, sino de aquello con lo que sueñas y esperas palpar… y de pronto al pestañear en la oscuridad giras esperando ver su torso desnudo, su respiración emitida en fotogramas de una película que apenas recuerdas y quisieras volver a ver, y vivirlo todo pero más lento. Vuelves a pestañear y las sábanas no están vacías sino llenas de la ausencia de alguien que esperas pero no llega ipso facto como tu respiración delata, parece eterna la espera y algo en la garganta te consume, algo como una enfermedad necesaria que solo se cura con la misma sonrisa ausente que muerden tus parpados. No lloré pero me inundé de una tristeza incorruptible atada a mis sentidos, no lloré y aun así sentí mojado el corazón; hundí mi cara en mis manos y quería no saber que es estar solo, no quería ser humano más, desdeñé mi condición terrenal y se lo increpé a Dios entre sollozos, luego le pedí perdón y sentí ira por estar así, tan quebrado e inhóspito. Quise olvidar, porque una sonrisa ausente no abriga sino desnuda y cala por los huesos, se filtra en la dermis y ataca a todo tu ser, lo vuelve vulnerable a todo aquello inefable. Así me pasa a mí, y para mí eso es estar solo. Me quedé en silencio e inmóvil un instante con los ojos abiertos al vacio, y sin darme cuenta, me quedé dormido.